Ese
día llegué más temprano de lo previsto a la casa del profesor. Le pedí ayuda
con un poema. A lo que accedió. Abrió la puerta y tras saludarnos nos dirigimos
a su escritorio donde el computador nos esperaba encendido.
Las
paredes estaban atentas a mis pasos instintivamente el techo se agacho un poco.
La silla tosió ligera y crujió. Empecé a explicarle de que se trataba el poema.
Desde
la hoja desconfiando, el poema cerraba una y otra vez los ojos; temiendo lo
peor. Un halo de pesimismo invadió el lugar, se acentuaron las sombras a mi
alrededor.
Algo
se me rompió dentro y en un sólo acto cómo un Vesubio que libera su energía un
diluvio de lágrimas cayó sobre el poema, diluyendo las letras: flotaban las
sillas, las mesas, el computador, sobre las olas que crecían a cada pestañeada.
Bombeaba mi corazón arrítmico en un túnel sin ventilación.
Se
rompieron las cadenas, el agua escurrió sobre nuestras ropas, sobre el piso,
las ventanas explotaron. La puerta sin
pensarlo se abrió ante el océano de lágrimas que crecía, imposibilitado de
avistar tierra. Las palabras flotaban
panza arriba disolviéndose.
Corrió
el agua escaleras abajo, hasta llegar al primer piso del edificio.
Sin
sentido para el que las leía, las letras lograron incorporarse. Ya nada las
bloqueaba; ni una opinión fútil, ni un dogma las pararía. Rieron al ver las
duras paredes de la razón hecha escombros.
La
fuerza titánica del agua derribo los edificios circundantes, uniéndose al flujo de un destino común. Su objetivo era hundir la realidad bajo el
peso del agua.
A
lo largo de la ribera del Mapocho, peces nuevos asomaban su cabeza fuera del
agua, chillando:
“La cultura esta en crisis” “Hasta las letras
de los poemas se sublevan” “Quien cuidara de nosotros?”- “Somos el lenguaje que nada contra la
corriente”
Todos
los medios dieron una amplia cobertura a este nuevo fenómeno, trasmitiéndolo en
vivo y en directo por todos los medios digitales y analógicos por 34 horas seguidas.
(Ese día
aparece borrado en mi calendario)
* Koi